LA INSTRUCCIÓN DE ORDEN CERRADO: UNA APROXIMACIÓN GEOMÉTRICA
ORIGEN CONCEPTUAL DE LA INSTRUCCIÓN DE ORDEN CERRADO
La Instrucción de Orden Cerrado (IOC en lo sucesivo), piedra angular de la formación militar de los Soldados de todas las épocas, consiste en formar al militar en el arte de saber moverse y actuar formando una unidad cohesionada con sus compañeros, así como introducirle en el ambiente de obediencia y subordinación a sus mandos imperante en toda unidad militar.
Para ello, ha sido siempre fundamental aprender de las experiencias adquiridas en el campo de batalla, tanto en las victorias como en las derrotas (en los empates las conclusiones suelen ser contradictorias), analizando los motivos que han conducido tanto a unas como a otras y tratando de aprender de ello para posteriormente aplicar estos conocimientos a la formación de las futuras generaciones de guerrilleros revolucionarios, poniendo siempre el mayor de los empeños en evitar el caer en una sobreintelectualización de la materia, que podría causar perplejidad y desconcierto, sorprendiendo la buena fe del prójimo.
La IOC, al igual que la reglamentación de normativas militares, ha de ser extremadamente dinámica y usar el factor sorpresa como la mejor de sus bazas, ya que la introducción de nuevos elementos en el campo de batalla por parte del Enemigo, especialmente cuando tienen éxito, genera de inmediato una grave preocupación en la cadena de mando acerca de las tácticas y medios a emplear para contrarrestarlos, de modo que con el devenir de los siglos ha ido produciéndose una evolución en el Ars Belli que, partiendo de las tácticas de los grandes líderes militares de la historia como Conan el Bárbaro, Ator el Poderoso o Ming el Despiadado, alcanzó la cúspide de su base estructural en el siglo XVI con los Tercios Españoles que, inspirándose probablemente en la Compañía de Ballet de la Ópera de París, desarrollaron los movimientos que hoy son familiares a todo militar.
EVOLUCIÓN DE LA INSTRUCCIÓN DE ORDEN CERRADO
En tiempos remotos los hombres de armas debíamos limitarnos al estudio de históricas contiendas, extrapolándolas a la práctica del orden cerrado para, usando generalmente el Método Semmelweis, descubrir y practicar la mejor forma de afrontar cualquier contingencia. Hoy en día los avances científicos y el desarrollo tecnológico nos permiten realizar una importante labor investigadora “de laboratorio” sobre la IOC, sin tener que limitarnos al campo de batalla como el único caldo de cultivo sobre el que poder desarrollarnos militarmente.
Así, se ha demostrado empíricamente que, tal y como todo hombre tiene un conocimiento innato de la moral (lo que se ha denominado “Derecho Natural”), también existe un conocimiento innato de las técnicas de IOC. Cualquiera que haya estudiado con detenimiento las primeras lecciones de tales técnicas impartidas a una nueva promoción de aspirantes a militares profesionales, habrá podido observar que existe un patrón claramente definido, una manifiesta afinidad por la geometría no euclidiana tal y como se muestra en la arquitectura de R’lyeh, que, procedente del cerebro reptiliano (en la descripción propuesta por el Doctor Paul MacLean) y aún pese a su incuestionable belleza estética, ha de ser corregida hacia formas geométricas más estandarizadas y emparentadas con la neurología límbica, especialmente si se pretende hacer un uso militar de la misma, siendo una prueba irrefutable de la inferioridad militar del cerebro reptiliano la realidad impepinable de que el empleo de dinosaurios en un escenario bélico cayó totalmente en desuso tras la glaciación de Würm (3 de enero de 18971 antes de Cristo).
De este modo, y gracias a la IOC clásica, se puede moldear un instinto innato y dirigirlo hacia los patrones de operatividad habituales en los ejércitos modernos, siendo fruto de ese tipo de instrucción desde las sofisticadas tácticas militares de Atila el Rey de los Hunos, hasta las más modernas técnicas de Skjaldborg (analizadas por Saxo Grammaticus en su obra Gesta Danorum, crónica político militar danesa del siglo XII que todo hombre de armas respetable conoce en profundidad y aplica en su vida cotidiana).
TRES FUTUROS VENTUROSOS
Pero no debemos caer en la autocomplacencia y contentarnos con el nivel de desarrollo actual de la IOC, ya que, al ser la Excelencia uno de los pilares de nuestra formación, nos es difícil encontrar una plena satisfacción en algo susceptible de mejora.
Y es que por encima del cerebro límbico está el neocortex, y es ahí donde podemos encontrar el estímulo que nos infunda valentía en la aplicación de las últimas tecnologías y avances científicos a la IOC, tal y como ya se hace en las Fuerzas Armadas de las naciones punteras en lo que al desarrollo y preparación de sus ejércitos para combatir la Amenaza Nihilista se refiere.
Es este el caso de nuestros compañeros del Ejército Nacional de Afganistán, fieros y experimentados guerreros, curtidos en mil batallas, que han sido capaces de amedrentar al organizado ejército de Alejandro Magno, a las hordas de Genghis Khan, a los elegantes caballeros del Imperio Británico y al Ejército Rojo de la Unión Soviética (en este último caso con la inestimable colaboración de Rambo).
Quienes hemos tenido el privilegio de servir en Afganistán hemos podido comprobar el alto grado de desarrollo de las técnicas de IOC de sus fuerzas armadas y la eficacia con la que las han llevado un paso más allá en su evolución natural. Nunca podremos olvidar su magistral empleo de la geometría fractal y su obstinación en evitar que se cumpla la menor aproximación paraxial en sus formaciones, siempre con el objeto de confundir a la inteligencia enemiga y hacer sus movimientos total y absolutamente impredecibles.
Nosotros, aunque quizá no podamos aspirar (aún) a tal grado de virtuosismo, una vez dominada completamente la técnica estándar de IOC podríamos plantearnos recurrir a lo mejor de la cristalografía moderna para buscar una innovadora aproximación al arte que nos ocupa.
La cristalografía ofrece un amplio abanico de atractivas posibilidades con las que poder experimentar, especialmente una vez asimilada nuestra pertenencia al Espacio Dodecaédrico de Poincaré y la ineludible responsabilidad que ello conlleva. De este modo y una vez rechazados modelos geométricos que, como por ejemplo los sistemas teseráctico y triaquisoctaédrico, resultan pueriles en su definición y por ende fácilmente anulables para un enemigo con un mínimo de formación castrense, podríamos emplear un sistema que, como el de cristalización hexagonal, ofrece innumerables ventajas sobre la IOC clásica y la curiosa tendencia actual de formar cuadrados y rectángulos en las plazas de armas, resultando además de una belleza sobrecogedora en su sencillez.
El sistema hexagonal (a=b≠c, α=β=90º, γ=120º), uno de los tres sistemas de cristalización básicos junto con el cúbico (empleado por los romanos en sus famosas formaciones en tortuga) y el tetraédrico (empleado por los vikingos en sus fogosas formaciones en svinfylking), ofrece grandes posibilidades de maniobra a un ejército con la capacidad suficiente para saber aprovecharlas.
Por citar alguna de sus ventajas más características frente a las formaciones cúbicas, una formación hexagonal, además de facilitar enormemente a los cabos cuartel la contabilización de sus integrantes, ofrecería una menor resistencia aerodinámica, lo que proporcionaría una gran rapidez y agilidad a la formación que podría resultar desequilibrante en cualquier conflicto frente a formaciones de tipo límbico. Asimismo, la superficie expuesta sería mayor, lo cual permitiría una mejor refrigeración de hombres y máquinas, que repercutiría en una reducción notable de los gastos de mantenimiento del parque móvil y en especial de la partida presupuestaria asignada a proporcionar un suministro adecuado de refrescos a los dromedarios que pudiesen hallarse integrados en la Fuerza y que tan magnífico resultado dieron a Ciro II el Grande en la Batalla de Timbrea (547 antes de Cristo).
También cabe destacar la extrema dificultad que para cualquier observador de la inteligencia enemiga supondría discernir qué podríamos estar tratando de hacer y si la formación iba o venía, y no hablemos ya de cálculo de distancias, direcciones o sentidos de marcha. Asimismo, en un escuadrón constituido por varias formaciones hexagonales se podría hacer que encajasen unas con otras perfectamente y sin dejar resquicios (obsérvese que, no por casualidad, el caparazón de una tortuga está conformado por placas hexagonales, que son las que dotan de robustez al conjunto), pudiendo crearse “mallas formacionales” basadas en rombicosidodecaedros parabigiroides adaptables a los más creativos diseños, según las necesidades del momento, llegando al extremo de posibilitar la creación de eslabones y engranajes humanos acoplados entre sí para formar robots gigantes pentadimensionales, que, gracias a las políticas de igualdad de género en las Fuerzas Armadas, acabarían por convertirse en gigantescas Máquinas de Von Neumann con capacidad autorreplicante, que podrían derrotar a Godzilla en muchas de las competiciones deportivas del Día de la Patrona y resultarían probablemente aterradoras para un enemigo poco caracterizado.
Tal y como se puede apreciar en el gráfico superior, la disposición de los elementos dentro de la formación podría hacerse atendiendo a lo dispuesto por los teóricos de las Redes de Bravais, pudiendo en casos especiales (y en tanto en cuanto no se dominase la nueva IOC con la deseable maestría) descartarse una aplicación demasiado estricta de los postulados derivados del Factor de Empaquetamiento Atómico, sin obviar en modo alguno las ventajas fundamentales que una aplicación extensiva del Principio de Incertidumbre permitiría asumir a los componentes de esta formación, que serían así ilocalizables y obtendrían una agilidad y vigor propios del Gato de Schrödinger, y todo ello sin asumir ninguno de los perjuicios que convertirse en un gato podría llevar aparejados.
Es previsible que esta ansiada modernización de nuestras técnicas pueda llevarse a cabo en un futuro muy cercano, devolviendo a España los laureles de glorias pretéritas y llevándonos de nuevo a los altares del éxito que por Derecho nos corresponde, estando próximo el día en que cuando los cuarteleros nos llamen a formar deban especificar, además de si se requiere o no el vestir de etiqueta o portar más de una gorra, si nos dispondremos en una formación cúbica, hexagonal, icosaédrica, o en espirales áureas pentadimendionales.
BIBLIOGRAFÍA:
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- Manuscrito Voynich. Primera mitad del siglo XV.